Por Juan Stanisci
En 1976 Pablo Milanés publicó la canción “Yo pisaré las calles nuevamente”, dentro del disco La vida no vale nada. El cantante cubano imaginaba y relataba cómo sería volver a caminar las calles de Santiago de Chile luego de la sangrienta dictadura de Pinochet. Las organizaciones sociales que se encuentran nucleadas en la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular (UTEP), pisaron las calles nuevamente el sábado pasado. No fue tras una dictadura que se dio el retorno a las calles, sino después de haber dejado atrás lo más duro de la pandemia.
El sábado 7 de agosto amaneció despejado y con una temperatura extrañamente alta para estar todavía en invierno. La jornada para miles empezó en Liniers, más precisamente en la iglesia de San Cayetano, patrono del pan y el trabajo. Tras dos años sin marchar, los trabajadores y las trabajadoras de la economía popular salieron a las calles para poner en agenda cuestiones fundamentales para subsistencia de millones de argentinos y argentinas: Tierra, Techo y Trabajo. Las famosas tres T acompañadas del reclamo de un Salario Universal. El objetivo de fondo fue visibilizar y discutir cuál será el rumbo del país tras la pandemia. Además fue la primera gran movilización bajo el nombre de UTEP, lo que se suma a que el miércoles anterior le fue concedida la personería social para establecerse como sindicato. Un gremio que representa a quiénes tienen que inventarse el trabajo. La imaginación al poder.

Gilda, Spinetta, Maradona y La Negra Sosa
A las once en once. La tercera posta de la marcha comenzada en Liniers tenía ubicación y horario a prueba de olvidadizos. Faltaban pocos minutos para la hora señalada y el tránsito seguía su curso. A pocas cuadras de Plaza Miserere, centro neurálgico del barrio de Once, no se veían banderas o estandartes ni sonaban bombos ni trompetas.
Nos seguimos acercando casi por impulso. Faltaban dos cuadras cuando empezamos a escuchar, tímido y lejano, el sonido de un bombo. Apuramos el paso. Al llegar a la intersección entre Rivadavia y Jujuy, nos encontramos con algunos grupos que esperaban para marchar hacia la plaza. “Parecen pocos”, pensamos. A veces para ver mejor hay que acercarse. Llegamos al cruce de Avenidas y lo vimos.

“El trabajo callejero no es delito”, decía una bandera que ocupaba el ancho de la avenida. La mayoría hacía referencia al trabajo que no se ve. Vendedores ambulantes, cartoneros, talleristas textiles, obreros de cooperativas de la construcción, integrantes de comedores populares o trabajadores y trabajadoras de empresas recuperadas. Esos y esas que no son contemplados por ninguna obra social, ni tienen vacaciones o aguinaldo. Todos aquellos y todas aquellas que, los números cierren o no, suelen quedar afuera.
Entre las banderas blancas o celestes un pequeño camión. En cada esquina tenía un palo y un rectángulo con una cara. En el día del santo popular más católico, no faltaron otros que están metidos en el alma de la cultura argentina. Diego Maradona, Gilda, Mercedes Sosa y Luis Alberto Spinetta, acompañaron desde ese camión a todo el bloque que esperaba seguir su camino por la avenida Rivadavia. Figuras populares que construyeron la cultura argentina y acompañan al precariado en acción que reclama sus derechos.

Un fulbito en Plaza de Mayo
“Al fin llegó la primavera”, cantaba García. Al mediodía del sábado el invierno parecía la mentira más grande. La vida en remera. Las multitudes en Plaza de Mayo disfrutaban del calor inesperado. A los costados de la plaza, la feria de dos cuadras de los Trabajadores y las Trabajadoras de la Economía Popular. Verduras, muebles, cuadros, barbijos y comidas. Cada uno y cada una mostró el oficio que encontró para llevar el pan a la mesa.
A la sombra de la pirámide de mayo, el monumento donde supuestamente hace dos siglos algunos caudillos ataron sus caballos indignando a la paquetería porteña, una lata aplastada se mueve sin parar. Mientras desde el escenario piden que se despeje el centro de la plaza para quienes vienen marchando de Liniers, dos pibitos se las arreglan para tirarse caños y gambetear entre la gente y las banderas. Frenan, se amagan y juegan al calor de esta primavera improvisada.

No es la única referencia futbolera. Cerca del escenario, sobre un bloque de electricidad, un trofeo brilla bajo el sol de agosto. Un fotógrafo hace zoom con la cámara. No cree lo que ve. La Copa Libertadores. Sí, la obsesión de muchos clubes del fútbol argentino, reposa sobre un bloque de electricidad en medio de las organizaciones que van marchando.
Estatuas de distintos tamaños van y vienen. San Cayetano, la Virgen de Luján, San Benito de Palermo, el Gauchito Gil. Los Santos Populares y las organizaciones populares caminan de la mano. El sol parece dar el visto bueno a quiénes decidieron volver a las calles. “Yo pisaré las calles nuevamente”, cantaba Pablo Milanés, “y en una hermosa plaza liberada, me detendré a llorar por los ausentes”. Entre tanta pandemia económica y sanitaria, hay muchos y muchas que ya no están. Como Ramona de la Villa 31. Representante de quiénes se ponen al hombro miles de comedores populares a lo largo y ancho del país. Ese trabajo que muchos no quieren ver. Y que tuvo que cruzar la Ciudad de Buenos Aires de punta a punta. De Liniers a Plaza de Mayo para ser noticia.