Fabio González, dirigente de UTEP- Movimiento Evita Provincia de Buenos Aires
Se lo conoce como “El negro”. Empezó su militancia en la UES, la Unión de Estudiantes Secundarios a fines de la última dictadura. En los `80 integró Intransigencia y Movilización Peronista primero, y el Peronismo Revolucionario después. Luego la agrupación Descamisados. En los `90 formó el Movimiento La Patria Vencerá y luego fue parte del MP Malón y el MP 20 de diciembre. Integra el Movimiento Evita desde su fundación.
¿Cómo te encontró el 20 de diciembre de 2001?
Previo al 18 y 19 de diciembre hubo movilizaciones más pequeñas, con represión, en Congreso y Plaza de Mayo. En ese momento militaba y estaba vinculado a un compañero que se llamaba Américo González, que había sido montonero, y estuvo preso en la dictadura. Se había reinsertado nuevamente a la militancia y compartíamos muchas cosas con él. Fue un gran compañero que falleció pero que ayudó mucho a los Movimientos Populares desde sus inicios.
Recuerdo un plenario en una Sociedad de Fomento, discutíamos la coyuntura y un compañero dijo “yo noto la paz que precede a las tormentas, esta estabilidad marca que puede llegar a pasar algo». Eso fue el 16 de diciembre, cuatro días después explotó el país.
El 20 de diciembre nos citamos a las doce del mediodía en capital con un viejo compañero, El Negro Walter. Llegamos, empezamos a recorrer la 9 de Julio y efectivamente notamos que estaba todo podrido. Entonces intentamos hacer alguna locura, que nos salió mal porque en la Avenida de Mayo nos encontramos con las motos de dos policías que ya estaban tirando a mansalva, y tuvimos que correr, como lo hicimos todo aquel día: romper, correr, tirar piedras. Hicimos y nos hicieron de todo.
Una linda anécdota de aquel día, es que en medio de ese momento histórico mi hermana Mariana me llama y me dice: “Fijate qué sabés de mamá”. Y yo le contesté: “¿estamos cambiando la historia del país y vos me preguntás eso? ¡Fijate vos!”. Y con esa delicadeza que la caracteriza, me respondió: “no pelotudo, mamá está en Plaza de Mayo cagándose a palos con la infantería”. Mi vieja hizo lo que nosotros no pudimos hacer. Intentamos varias veces llegar a la Plaza, pero nos reprimieron tanto que no pudimos. Olga en cambio fue, se metió, estuvo con las Madres y se peleó con la caballería en Plaza de Mayo.
¿Vos siempre fuiste peronista?
Sí, siempre fui peronista, por una cuestión familiar. Cuando empecé a militar, a fines de la dictadura, era un joven rebelde, tenía el pelo largo, era delgado, me criaba mi abuela, una india nacida en Villa Guillermina, que la trajo Eva Perón en aquel famoso tren hospitalario, y se vino a vivir a San Francisco Solano en el año ‘50. Entonces para mi abuela, que no sabía leer ni escribir, pero que tenía la dignidad de criar diez hijos, y me crió a mí también, de paso. Y siempre me decía: “están los malos, y están los buenos”. Y yo le insistía: “pero abuela, ¿cuáles son los malos, y cuáles son los buenos?” Y entonces ella me decía: “es claro, los buenos son los que están con Perón, y el resto son malos”. En aquel momento era la dictadura, y yo no entendía nada, solo sabía quiénes eran los malos y los buenos; los malos eran la dictadura, que hasta mi adolescencia nos mandaron a la guerra, y sepultaron a nuestro pueblo de una manera sangrienta. Y los buenos eran los peronistas, que ante cualquier situación de injusticia, gritábamos “¡Viva Perón carajo!” y tirábamos piedras al grito de “Luche y se van”. Bueno, yo empecé a militar así: mi inicio en la política fue corriendo y tirando piedras.
¿Y andabas con el pelo largo? Porque la militancia que se suma a la política hacia fines de la dictadura o a inicios del gobierno de Alfonsín ya está atravesada por la movida del rock, que aparece como un fenómeno de rebeldía, ¿no?
Si, sí, imagináte que no se podía escuchar música nacional. Antes de Malvinas no se escuchaba música alternativa, todo era clandestino. Los Redondos tocaban en cines donde no había más de cincuenta o sesenta personas; Charly García estaba proscripto, como León Gieco, y muchos otros cantantes populares. Recién con la Guerra de Malvinas se produce todo un proceso de apertura en lo musical. Yo escuchaba mucho rock internacional, era mucho más de Led Zéppelin, Deep Purple o Iron Maiden, y tenía el pelo largo, claro. Era un morocho de pelo largo del Conurbano. Cada vez que había una razia, era uno de los buscados. Así nací a la vida política. Me acuerdo una vez, en la Plaza Once, un compañero me da una revista que se llamaba Pan caliente, que tenía todas las letras de canciones de protesta, y en la parte de atrás de la publicación decía “Luche y se van. Abajo la dictadura. Juventud Peronista Regionales. Peronismo Revolucionario”. Ahí me enamoré. Luego escuché un tema de León Gieco, que se llama “Hombres de Hierro”, y me rompió la cabeza. Lo primero que dije fue: “yo quiero ser uno de estos, de los que luchan contra los molinos de viento”.
En aquel momento aparece el metal y la figura de Ricardo Iorio, con V8, y también, toda la movida del punk, que se plantan contra todo lo que venía a ser cierto rock pacifista…
Sí, sí, ahí se empezaron a dividir las aguas. Recuerdo que vi a V8, en el BA-Rock, en un festival que se llamó Buenos Aires Rock a principios de los ‘80, en el estadio de Obras Sanitarias. Ahí fue la primera vez que vi a V8 y me rompió la cabeza; también estaba Riff, que era una gran banda, con Pappo, que era terrible. Y aparecieron otras bandas nuevas, como en el caso de Los Violadores. Y la banda española Barón Rojo vino a tocar acá. Se hacían recitales en conjunto al principio, pero después no terminaron nada bien.
En la cancha lo mismo. Yo nunca había visto un gas lacrimógeno de frente hasta que fui a la cancha, que se transformó en un escenario de práctica de lucha, donde tomamos las primeras lecciones. El aparato represivo estaba intocable aún. Recuerden el caso de Agustín Ramírez, asesinado por la policía a fines de los años ochenta.
¿Y cómo viviste la transición a la democracia?
Fue muy difícil, porque yo ya era un militante orgánico de la Unión de Estudiantes Secundarios y había mucha persecución. Luego vino la “teoría de los dos demonios”, las leyes de Punto final y Obediencia de vida. También hubo alzamientos militares en esa época. Entonces, esa etapa de nuestro pueblo fue una etapa de transición, con muchos compañeros volvían al país tras la dictadura, y se volvía a reacomodar el movimiento popular; la CGT hizo 26 paros para bloquear leyes patronales del radicalismo. Entonces yo, como muchos jóvenes, era parte de toda esa lucha política. Para que se den una idea, las columnas del Partido Intransigente eran impresionantes, como las columnas del MTP o las del MAS, que tenía mucho trabajo en los barrios; también el Partido Comunista. Entonces, diría, hubo un florecer bastante importante en aquel momento.
Y como peronista, ¿cuál es la primera movilización del 17 de octubre en que participaste?
Recuerdo un 17 de octubre en la Plaza de Mayo con Ubaldini. Convocaba la CGT y todo el peronismo. Fue muy masivo, las marchas de la CGT eran masivas. Y no sólo porque venía todo el aparato, no, la gente iba también a las marchas. La gente se subía a los colectivos, y decían: “este colectivo está fuera de línea y va a Plaza de Mayo”. Y Ubaldini era un poco el que catalizaba todo el peronismo entonces, la lucha de los trabajadores. Tengamos en cuenta que todavía no había pasado sobre nuestro pueblo la ola privatizadora. Entonces columnas como la del sindicato de Luz y Fuerza metían miedo; o la columna de los Telefónicos, era increíbles. Y nosotros íbamos a todas esas marchas, con banderas… Me acuerdo que la lucha central en ese momento tenía que ver con el FMI, pero también con el reclamo de libertad para los presos políticos, porque había persecuciones. También estaban las luchas por los Derechos Humanos. Tengan en cuenta que ahí estaba en pleno el juicio a la Junta. El Movimiento estudiantil también era muy fuerte. Las movilizaciones eran masivas.
Entonces en aquel momento, haber recuperado la Plaza de Mayo como lugar histórico un 17 de octubre, era como volver a nacer. Yo por lo menos me sentía parte de esa historia. Volver a entrar a la Plaza con compañeros que habían estado ocho o nueve años en cana, y ver que esos tipos volvían a llorar de alegría, a mí me daba hasta vergüenza estar al lado de esos monstruos; eran grandes compañeros. Uno de ellos, Ricardo “Lobito” Rodríguez Saá, por ejemplo. O El Pacha, que fue uno de los primeros compañeros que conocí, junto a Cacho y Gustavo Herrera, que fueron viejos compañeros de la zona Sur. O Lucia, La Petisa, una gran compañera que admiro y amo profundamente. Imagináte, después de una dictadura que te mató un montón de compañeros, poder volver a la Plaza de Mayo con tus compañeros y abrazarlos, en la columna, gritando consignas tuyas, era tocar el cielo con las manos, era demostrar que no te habían vencido. Me acuerdo una consigna que pintábamos nosotros:
“Aunque 30.000 veces nos maten, 30.000 volveremos, porque somos el pueblo, y el pueblo es eterno”
¡Imagináte! Pasaron casi cuarenta años, yo entonces tenía veinte, pero aún se me pone la piel de gallina.
¿Y qué es para vos el 17 de octubre?
Como dijo John William Cooke, es la aparición del hecho maldito en un país burgués; es la irrupción de un sujeto social que estaba desorganizado, que es como la tierra, como yo siempre digo, la mugre que uno esconde debajo de la alfombra. Pero esa mugre un día dijo “basta” y se dio el gusto de entrar a la Ciudad de Buenos Aires, por todos los rincones, hasta por los rincones que habían clausurado –como el Puente Nicolás Avellaneda–, para que los trabajadores no pudieran demostrar su descontento por la detención de quien, en aquel momento, era conocido como el Coronel Perón. Y el 17 de octubre es un hecho simbólico, que rompió la política de un país colonial. En un momento particular los trabajadores de la Argentina se pusieron la patria al hombro, irrumpieron en la capital y se lavaron las patas en la fuente. Para mí es eso el 17 de octubre. Por eso digo: no hay posibilidad de 17 de octubre, ni de peronismo, ni de movimiento popular sin esa clase trabajadora. Para mi es importante, porque sino, creemos que Perón, por un hecho de magia, conseguía hacer cualquier cosa; y no, lo que hizo, fue porque representaba los derechos de esa clase sumergida.
Contaste sobre el peronismo en los 80`, pero después vino el menemato, y pasaron algunos 17 de octubre en medio de la ola de privatizaciones ¿Cómo fueron esos primeros años noventa para quienes siguieron militando sin entrar al menemismo? ¿Hubo otro peronismo, un peronismo que resistió?
Que hubo un peronismo que resistió no tengo duda. Primero lo del menemismo fue una sorpresa, quiero ser franco: yo no lo voté, ni creía en Menem. Desde un principio tomé decisiones políticas, dejé mi organización, me fui a militar a otro lado, porque tenía dudas, ¡y lo bien hice que tener esas dudas! Después, ni bien asumió Menem y empezó a implementar sus políticas, Ubaldini se enfrentó mucho a eso. Ubaldini lo enfrentó con movilizaciones, pero después la aplanadora del neoliberalismo, de la globalización, nos pasó por arriba. Pero había un peronismo desde abajo que resistió a esa medidas, y por eso quiero reivindicar a muchos compañeros que se pararon de mano y fueron perseguidos.
Nosotros estábamos muy dolidos. Ahí surgió la necesidad de guardarnos, de estudiar otras corrientes ideológicas. Imagináte que Menem ganaba en el ‘95 otra vez, nos aplastaba. Los 8 diputados que en algún momento aparecieron y que hicimos algún Congreso en Villa María, duró muy poco. Entonces éramos todas expresiones marginales, chiquitas, que hasta te dolía ver que los compañeros en alguna reunión te decían “dejo de militar porque tengo que optar por mi decisión personal”. Eso era como un puñal en el pecho, porque esos eran compañeros que había demostrado mucha grandeza y mucha convicción en años anteriores, contra la dictadura, el menemismo los volteó. Recuerden que se hablaba del fin de las utopías, te decían que era el fin de la historia.
El fin del trabajo, el fin de todo…
En poco tiempo vi caer al Frente Sandinista en Nicaragua y al Muro de Berlín. ¡Me quería matar! Al principio no había lugares desde donde resistir. Por eso dije una vez que para mí Maradona fue la tabla de salvación de esos momentos, porque yo lo veía al negro peleándose contra el mundo y me decía “bueno, este es mi salvavidas”. Se me caían todos los libros de la estantería, pero había un negrito en una cancha de futbol con los botines bien puestos, que demostró que valía la pena pelear contra los poderosos. Y yo que soy futbolero, decía: “si este peleó cómo no voy a pelear yo”. Y bueno, esos primeros años ‘90 fueron muy difíciles.
Pero después vinieron los piquetes, las puebladas, los Movimientos de Trabajadores Desocupados, de los que también fuiste parte en la zona sur del conurbano, hasta llegar al 2001…
Sí, sí, creo que fue una de las tantas cosas que pude… Pudimos atravesar el tiempo y ser parte de la historia de nuestro pueblo, en la verdadera lucha de nuestro pueblo que fue construir esas herramientas de pelea. Como en los inicios del peronismo, también todo eso se quería esconder abajo de la alfombra, pero un día se prendieron fuego las praderas de la patria.
Después vino el kirchnerismo. ¿Tres cuestiones que te hayan marcado de ese proceso?
Primero, quiero decir la verdad, yo a Néstor no lo voté. Es más, hice campaña en contra de Kirchner. Y cuando lo conocí, lo primero que hice fue hablarle mal, diciéndole que si nos traicionaba la iba a pasar muy mal. Recuerdo eso de un acto en Villa Itatí al que fue a inaugurar un Programa de viviendas. Y después Néstor me conmocionó, me demostró que había otra forma de construir política. Después me sorprendió la irrupción de sectores juveniles a la vida política de nuestro pueblo, hoy quizás con el tiempo no lo vemos tanto, pero el acto del Bicentenario fue de una masividad sorprendente, y todo puesto en un mismo paradigma social. Después, un reproche: al kirchnerismo le faltó una reforma del país en términos estructurales, porque tuvimos tiempo y hasta la posibilidad histórica; porque en el 2011 estábamos a un pasito de transformar las cosas y no lo hicimos. Y hoy nos estamos dando cuenta que fue erróneo no hacerlo en ese momento.
Pensando en la actualidad, después de dos años de cuarentena, producto de la pandemia del COVID-19, se empiezan a recuperar las calles nuevamente para la movilización popular. Una de las primeras fue en la que se conmemoró el Día de la Lealtad, pero enseguida aparecieron algunas divisiones. Unos que marcharon el domingo 17, otros el lunes 18…
Bueno, primero diría, hay un hecho histórico que es que la CGT está a en proceso de dar pasos en su transformación interna. Pasaron 90 años desde la conformación de esa Confederación General de Trabajadores, y ahora es la primera vez que va a tener un cuerpo colegiado con compañeras. Y además se incorpora la UTEP, que es la herramienta reivindicativa-sindical de los trabajadores y trabajadoras de la Economía Popular. Para mí, que soy peronista, es fundamental, porque entiendo que su columna vertebral es la clase trabajadora. Entonces eso me llena de orgullo. Porque como ya dije, no habría 17 de octubre sin trabajadores. Y los trabajadores se movilizaron el lunes 18 hacia la Casa de los Trabajadores, y hacia Monumento del Trabajo, que entre otras cosas, fue la primera movilización a la que yo fui en 1982.
En los medios hegemónicos de comunicación se instalan todo el tiempo esas diferencias…
La UTEP tomó una decisión, y fue marchar el 18 con la CGT, con el movimiento obrero organizado, no el domingo 17, que además era el Día de la Madre. Recuerdo la frase de un compañero, Cacho, que los peores momentos de los años ‘80 y ‘90, cuando los domingos hacíamos actividades muy marginales, él decía: “¿pero ustedes saben que hoy juega Boca?”. Con todo lo que significaba para un laburante los días de descanso… Bueno, el domingo 17 fue el Día de la madre. Yo fui a comer con mi vieja, a tomar vino. Algunos, con todo su derecho, habrán ido a Plaza de Mayo. Más allá del chiste, no lo veo contradictorio. En nuestro caso, que es una cuestión orgánica de nuestras organizaciones, elegimos el día 18 marchar junto con todas las vertientes de la Confederación General del Trabajo.
Quedan dos años de gobierno del Frente de Todos con Alberto Fernández como presidente. Desde la Economía Popular, desde los Movimientos Populares, ¿qué piensan que se tendría que hacer para alivianar un poco la situación y transitar, un poquito al menos, un camino hacia mayores niveles de justicia social?
Primero, diría que la clase política y los empresarios en la Argentina tienen que entender que este país no da para más, que no pueden seguir ajustando el cinturón porque no da para más. Yo creo que nadie es suicida, yo creo que los Movimientos Populares están en mejores condiciones para dar la pelea, para reconstruir el país, y eso se está viendo todos los días. Si nos reciben en el Coloquio de ideas no es porque nos quieran, sino porque saben que existimos, que no nos pueden negar, que a pesar de que nos oculten nuestras organizaciones están vivas y latentes, y visibles. Y que tenemos ideas, que queremos aportarles y discutirlas con distintos actores de la sociedad. Quedan dos años de este proceso que caracterizamos como de transición, en los que nosotros aportaremos, desde nuestro lugar, lo que podamos. Porque queremos hacer grande a este país y que a nuestro pueblo le vaya mejor. Yo no quiero que a nuestro pueblo le vaya peor, ya vi demasiadas muertes, dolores, sacrificios. Yo quiero que a nuestro pueblo le vaya mejor. Por eso tenemos que estar a la altura de las circunstancias y de lo que se viene, y hacer todo lo posible para mejorar nuestras organizaciones y dar todas las peleas que sean necesarias. Yo no digo no pelear, no digo no discutir, no digo no consensuar con otros actores sociales, pero nosotros ya no tenemos mucho más para perder, porque nos han quitado mucho durante muchos años. Nosotros vamos a seguir organizando nuestro sujeto social, que seguirá luchando por más derechos.
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