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Las sociedades cambian política y económicamente, y también en sus ideas, porque hay movimientos tectónicos que vienen de abajo. Luego éstos pueden ser canalizados electoral, política, partidariamente, y a través de líderes. Pero estos últimos y los resultados electorales no son nada si no ha habido previamente una disposición colectiva, que se expresa a través de insurrecciones, levantamientos, sublevaciones, rupturas colectivas, grandes actos sociales de transformación. El ciclo progresista que se ha dado en el continente latinoamericano a partir del año 2000, ha tenido como sustento este cataclismo social. Es allí donde se producen las rupturas cognitivas, porque los sistemas de dominación logran estabilidad imponiendo un conjunto de criterios, de sentido común en clases altas y en clases bajas, logrando una especie de tolerancia moral entre sus gobernantes y gobernados. Puede haber, en ese instante, líderes y propuestas políticas, pero no tienen ningún efecto.

Antes de las movilizaciones sociales puede haber Néstor, Evo, Lula, Correa pero no pasa nada. Esos líderes y esas estructuras políticas se convierten en canalizadores de un nuevo horizonte cuando en la sociedad, en la gente, en la calle, en el trabajador, en el vecino, en el estudiante, en el comerciante sucede algo en su manera de ver el mundo. Se produce una crisis, una ruptura con las viejas tolerancias morales y hay predisposición a oír nuevas ideas que ya estaban ahí pero no había recepción social. Solo en un momento extraordinario (y ese es el momento de excepcionalidad de la sociedad), la gente en la calle deja de creer en las viejas narrativas, en el viejo sentido común dominante y está dispuesta a oír y a revocar sus creencias.


Ese momento de disponibilidad colectiva se manifiesta en las grandes rebeliones, en los grandes levantamientos. Una rebelión, es un momento de disponibilidad colectiva a nuevas creencias, y si entonces hay estructura política, liderazgo, nuevas narrativas políticas contestatarias que eran inicialmente marginales, quizás incluso cinco o diez años atrás, se convierten en ese momento en rumbo colectivo, y es entonces cuando emerge el progresismo. Emergen Néstor, Lula, Evo, las distintas experiencias de gobiernos progresistas y la sociedad cambia.


Los cambios no se dan desde el Estado hacia la sociedad. Todo cambio viene de la sociedad y si logra encontrar un momento de ensamblaje entre propuesta política y líder, se convierte en proyecto estatal, en victorias electorales. Luego el líder puede tomar muchas decisiones pero las mismas tuvieron un punto de arranque. Eso lo reflexiono porque, ciertamente, es muy importante tener un gobierno progresista y un compañero o compañera que apuntale decisiones en favor de las clases populares, pero ello o él no son nada si no ha habido previamente una disponibilidad colectiva a oír esas propuestas. Es más, muchas de las propuestas que luego toman los líderes vinieron de la sociedad.


Pongo el ejemplo de Bolivia: Evo nacionaliza los hidrocarburos, las telecomunicaciones, el agua, hace una asamblea constituyente para reestructurar el Estado y darle carácter plurinacional reconociendo la presencia de los pueblos indígenas y colocando como núcleo de la identidad boliviana ya no a las clases medias mestizas sino a los indígenas. Pero eso no lo inventó Evo, eso surgió de los levantamientos, de los bloqueos de camino, de los debates sindicales y sociales (incluso académicos) cinco o siete años antes de tomar las decisiones. Lo que hace Evo es articular y convertirlo en política pública.
En cierta medida, es la sociedad quien abre un horizonte de expectativas, de posibilidades y si hay un buen líder más una estructura organizativa previa molecular suficientemente organizada, aunque sea inicialmente marginal en los tiempos duros, en los tiempos buenos esa marginalidad logra convertirse en disciplina, organización, articulación. Si esas tres cosas se combinan (disponibilidad colectiva, liderazgo y red molecular de formas organizativas, de militancias previas), el proyecto se convierte en una victoria electoral y política, en un proyecto de largo plazo. Esta es una forma de ejemplificar lo que nos decían los viejos teóricos: “la historia la hacen las sociedades”. Sin la disposición de ellas a oír nuevas cosas, no hay cambios, aunque luego quienes tomen las decisiones y adquieran un protagonismo ejecutivo sean los líderes, los presidentes, los ministros o los grandes dirigentes sociales, son simplemente la punta de un iceberg social que se ha gestado donde vivimos, en nuestros barrios, en nuestras fábricas, en nuestros talleres, en la universidad, en los grupos colectivos o de amigos.


Primero es sociedad y luego es Estado. Lo ideal es que luego el Estado alimente lo que viene de la sociedad para que sea un ciclo virtuoso de arriba a abajo y de abajo hacia arriba. Cuando se mantiene esa dinámica son proyectos de transformación de largo plazo. El progresismo duró casi quince años, hasta que regresó la derecha y luego nuevamente el progresismo, pero esa dinámica y nuestra estabilidad como proyecto progresista radica en la mutua combinación entre Estado y sociedad. No abandonar el Estado ni la sociedad, trabajar la sociedad para llegar al Estado, trabajar en el Estado para potenciar la sociedad. Si potencias la sociedad seguirás en el Estado. Si dejas uno de los polos te quedas en un activismo social impotente porque no tienes poder. Si eliges sólo el Estado quedas como un burócrata administrativo sin base social que luego vas a ser sustituido por otro tipo de movimiento (conservador incluso), que sabe articular la sociedad.

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