Daniel “Chucky” Menéndez, dirigente de Somos Barrios de Pie
“El Chucky” Menéndez nos da su punto de vista sobre cómo la experiencia del 2001 enriqueció a la militancia, su ruptura con la política tradicional y su relación con la UTEP
Después de tantos años ¿Qué nos dejó el 2001?
Hay un amigo, Matías, que escribió un libro que se llama “Generación 2001” y habla un poco de la militancia en ese tiempo. A mí me parece que hay un par de cosas que deja esa experiencia, no sé si como aprendizaje sino como marcas identitarias que tienen que ver con una concepción de la militancia y de la organización. Hubo una mirada política que se enriqueció a partir de la derrota del neoliberalismo que marcó el 2001, la experiencia de un gobierno popular como el de Néstor Kirchner y el avance en Latinoamérica.
Me parece que predomina una concepción en donde se entiende al militante popular como el pibe universitario que agarra el morral, se mete en el barrio y organiza. Quizás el horizonte es más o menos lúcido, pero está en el quilombo y organiza lo concreto: una cooperativa de trabajo, una guardería para los pibes, acompaña las situaciones de violencia de género para pensar soluciones. Entonces hay algo de la militancia, del concepto de cómo acercarse a la política, que marca esa militancia social que funda una corriente, que tiene que ver con un conjunto de ideas y de matices, que nos agrupa y hermana, que es resolver el problema concreto y meternos dentro del conflicto social. Eso me parece que es un elemento constitutivo de esta generación que surge en ese proceso tan rico en términos de la dinámica. El constante proceso de resistencia, las organizaciones que permanentemente participaban.
Después, me parece que es una concepción que va de la mano con cómo concebir la política y ahí hay una mirada también en espejo a todo lo que significaba la política tradicional. También hay una ruptura, que tenía que ver con estar con quienes la pasaban mal y no solo con pensar un proyecto de país asentado en el neoliberalismo. Diferenciarnos de sus personeros de la política como tal. Ahí se construyen subjetividades distintas de cómo concebir la militancia. En muchos casos no era la política sino la cancha de fútbol, la banda de rock, donde se canalizaban la rebeldía y la bronca. También había en las organizaciones populares una expresión de esa realidad.
¿Y cómo se relaciona esta militancia del 2001, este proceso abierto con la Economía Popular hoy?
Yo creo que ahí hay una marca, que en términos políticos es lo que derivó en la UTEP. Fue todo el proceso que se fue madurando respecto de cómo pelear los que quedamos por fuera del mercado de trabajo. Y ahí estaba el trabajo como eje, pero después vinieron los planes sociales, la comida, el comedor, la experiencia del que siempre militó en la fábrica y empezó a militar en el barrio, el rol protagónico de las mujeres. Es decir, hay un conjunto de situaciones que fueron muy ricas y que hoy sintetiza la UTEP como proyecto, que también lo hizo el kirchnerismo en términos de proyecto político alternativo del liberal, quizás con poco protagonismo en esa militancia.
A diferencia de Bolivia, donde el proyecto o proceso de resistencia a las políticas neoliberales construyeron su propia representación política con esos mismos que resistieron y condujeron el proceso de cambio a un gobierno posneoliberal, en la Argentina lo más lucido de la vieja política empalmó en un proceso de rechazo al neoliberalismo y a esas políticas. El desafío es profundizar ese camino, que yo creo que lo hacemos cotidianamente en nuestra concepción y cultura política, en nuestra convicción respecto de por dónde pasan las transformaciones sociales. Me parece que tenemos que continuar ese camino porque es una opción de cómo pararse ante la vida.
Nosotros pensamos que militar es eso: resolver los problemas concretos, estar en donde los problemas pasan y utilizar el conflicto social y la movilización como un proceso que genera conciencia y que despierta transformaciones positivas al interior de nuestras sociedades. Eso es lo que hoy nos queda como un elemento claro. La otra herencia es el proceso alternativo que significaron los doce años de gobierno popular, la alternativa a ese neoliberalismo.
Para mí, queda reconstruir la esencia de esa militancia y la construcción profunda que se dio en el 2001, en términos de la movilización como proceso de transformación, la participación popular, estar anclado en los conflictos. Ahí también debe estar la representación política del 2001 hasta hoy, ese proceso no expresado plenamente, quizás como en otros países. Creo que hace falta mostrar al movimiento popular desde su propia singularidad.
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