Entrevista a Caro Pedelacq, dirigente del Movimiento Evita
La actual concejala del Frente de Todos en el distrito de San Martín, docente de UNSAM y militante feminista recupera los entrecruces de temporalidades entre la rebelión del 2001, el Paro Nacional de Mujeres del 2016 y la actualidad.
¿Cuándo empezaste a militar? ¿Cómo viviste el 20 de diciembre del 2001?
Empecé a militar a los dieciocho años, cuando terminé la escuela y arranqué la universidad. Ahí conocí a compañeros y compañeras que militaban en el barrio, en bachilleratos populares, en centros infantiles. Fue así como comencé mi militancia más territorial. El 20 de diciembre del 2001 tenía catorce años. Tengo el recuerdo de salir con mi mamá a cacerolear. En los ajustes graduales que se hacían en lo cotidiano de la casa y en las discusiones familiares, se sentía que estaba siendo un momento crítico. En ese entonces yo no militaba y no era muy consciente de la gravedad de la situación política. Mi familia no viene de una tradición militante, por eso el hecho de salir a las calles fue muy impactante: por primera vez salíamos a reclamar con mis viejos y mis hermanos. Lo vivimos como un acontecimiento bastante novedoso pero angustiante, acompañado de noticias televisivas que constantemente hablaban sobre el corralito, el dólar, los bancos, los cacerolazos, los piquetes.
¿Cómo caracterizás el proceso de los últimos años a la luz de las novedades que introdujo el primer Paro Nacional de Mujeres del 2016?
Creo que el feminismo de alguna manera rompió con cierto orden establecido. Porque vino a poner sobre la mesa algo que ya sucedía: la preocupación por la violencia, desnaturalizar algunas prácticas más culturales. Es salgo que se fue gestando desde hace muchas décadas y que a veces se dan condiciones y momentos históricos donde eso se plasma en la calle. Eso fue lo que pasó.
El paro de mujeres amplió la discusión sobre trabajo, clase y feminismos ¿Cómo ves ese proceso?
Lo que se hizo fue apropiarse de ciertas herramientas de lucha del movimiento obrero y de la clase trabajadora y ponerlas a jugar para poder defender a las mujeres, las diversidades. También veníamos del “Ni una menos”, que fue la movilización que conquistó masividad. El feminismo venía siendo una práctica más pequeña, más por debajo, que no lograba masificarse, llegar a determinados sectores. Pararse sobre un sujeto histórico, como lo es la clase trabajadora, reivindicarse desde ese lugar, sobre todo atendiendo a la cuestión de que gran parte de las mujeres tienen a su cargo las tareas de cuidado, pone en valor eso.
Fue una disputa de sentido bastante grande que permitió de alguna manera esa expansión, no solo quedarse en la cuestión de la violencia que revictimiza sino de asumirse como un sujeto revolucionario (como ha sido la clase trabajadora en muchos momentos de la historia). Reconocerse desde ese lugar fue lo que permitió popularizarse, incorporar esas herramientas y también disputar el sentido de trabajo. Tal vez esto que venían trayendo las amas de casa, a lo largo de la historia, de reivindicación del trabajo, se expandió a las tareas de cuidados, no solo a las tareas domésticas sino a los cuidados en general y permitió colocarlo en un lugar central para que muchas mujeres se identificaran desde un lugar positivo. En la cuestión de la violencia nosotras somos las víctimas y nos defendemos, mientras que en la cuestión del trabajo podemos pararnos en un lugar más de avanzada: somos trabajadoras, queremos reconocimiento porque trabajamos y hacemos. Creo que fue eso, un cambio de posición de nosotras frente a la batalla que queríamos dar.
Hay una frase del pensador francés Alain Badiou, que dice que “La justicia es, justamente, ese movimiento por el cual alguien sale del lugar de víctima y muestra que está de pie”. En este caso con los feminismos: ¿podríamos pensar que se produjo algo similar?
Sí, yo creo que la cuestión del “Ni Una Menos” y la violencia de género lo que permitió fue eso: interpelar desde un lugar y después pararse en otro, desde la cuestión de lo que nos proponemos conquistar, porque sabemos que a veces la violencia es una situación donde hay responsabilidad del Estado y de las políticas públicas y también hay algo muy por debajo que son las pequeñas transformaciones de las conductas y prácticas culturales que, sabemos, a veces pueden cambiar de un momento para otro o de manera rápida. Entonces, ahí me parece que tomando lo que fue la Ley de erradicación de las violencias más las políticas del Ejecutivo, de alguna manera el proceso avanzaba, pero después, hay ciertas prácticas que sabemos tienen que ver con lo cotidiano, con la transformación de las subjetividades y creo que ahí esas legislaciones tienen sus límites.
Creo que la cuestión del trabajo es central y sobre todo para interpelar a los sectores populares y dar esa discusión, cómo las mujeres, las pibas jóvenes de los sectores populares en general se hacen cargo de sus hermanos, de sus hijos e hijas. La tarea del cuidado en las familias de los sectores populares tiene un peso muy fuerte, sea por padres ausentes, madres solteras o por muchos hijos/hijas. Eso también permite interpelar a un sector más popular que tal vez desde la reivindicación histórica del aborto o hasta incluso de la violencia no calaba tan profundo.
En un momento, no solo la derecha sino también el progresismo, plantearon cierta tensión en torno a las luchas por la interrupción voluntaria del embarazo y la agenda de la Economía Popular.
Fue un momento bastante tenso. A veces hay ese miedo a poder hablar de determinados temas. Hay de todo en las organizaciones populares. No sé si hay una posición hegemónica, pero sí diría que hay mucha incidencia de la iglesia y un peso fuerte de la concepción de maternidad. Pero como todo, me parece que se puede poner en discusión y reflexionar, sin la necesidad de bajar línea de una única posición. Problematizar, poner en discusión los temas, porque muchas veces son esas mismas vecinas del barrio las que acuden a las compañeras de las organizaciones que saben garantizan de una manera segura la interrupción del embarazo. Y siempre se daba esta contradicción de “resolvemos el problema, pero no podemos hablar de eso”, entonces me parece que ahí la cuestión de la calle, de la masividad es lo que dio cierta espalda para que se pueda hablar de eso y plasmarlo en las organizaciones. Yo creo que de a poquito se pudo dar esa discusión y de hecho, hoy la discusión en los barrios es totalmente diferente a la de hace cinco años. Se conquistó mucho desde ese sentido. Incluso esas mujeres, esas compañeras de sectores populares también podían decirlo, encontrar espacios donde discutir sus propios abortos, en donde poner en común lo que les pasaba.
¿Cómo ves desde la perspectiva de la militancia del feminismo popular conquistas como la creación del Ministerio y la Secretaria de Economía Popular?
El paro de mujeres fue el primer paro masivo que se le hizo al macrismo en su primer año de gestión. También fue importante porque puso en la calle un sector muy dinámico como es el de la Economía Popular y creo que sirvió mucho para que el gobierno actual tome en su agenda la necesidad de jerarquizar las políticas de género. El ministerio es el resultado de recoger las demandas de un sector muy dinámico en las calles y que reclamaba presupuesto para esas políticas. Creo que la institucionalización de todo esto deja ver que hay alguien pensando específicamente en las demandas de este sector de la población. Pero también algo que me preocupa es la posibilidad de desmovilización. Es importante no quedarnos de un lado del mostrador, pensando políticas para un sector, sino seguir activamente ocupando las calles y también ampliando esa demanda. No veo mal estar de los dos lados del mostrador. Los movimientos sociales lo sostienen un poco más y el feminismo un poco se aquietó con la institucionalización de todas las políticas de género en un ministerio. Me parece que hay que estar más en las calles, sin que esto signifique estar en “contra de”, sino ocuparlas para no dejar ese espacio y que lo ocupen otros.
La pandemia puso en debate la pregunta por qué es trabajo esencial ¿Qué desafíos tiene el feminismo popular en esta nueva etapa?
La discusión del trabajo, de las tareas de cuidado, de trabajo no remunerado las toma principalmente la Economía Popular. Sabemos que el 58% de lo que se relevó del sector, son mujeres. Sabemos que muchas de ellas se dedican a tareas socio-comunitarias y tareas de cuidado. Entonces, si hay alternativas y opciones de cómo poner en valor ese trabajo, es en la Economía Popular. Porque es allí donde están esas mujeres. La discusión es hoy cómo formalizamos el trabajo que ya se hace, sea en un salario o en derechos laborales. Al ser la mayoría mujeres en ese sector, es desde allí desde donde va a emerger un poco la discusión, como ya está sucediendo.
Desde el Movimiento Evita vienen hablando de trans-feminismo popular…
Sí, estamos en transición de cambiar el nombre de nuestro frente de masas, hoy de Mujeres. Porque ya la discusión de la identidad de género nos pasó por encima y, a veces, hay que cambiar las identidades para poder ampliarnos y contemplar a quienes venimos luchando por lo mismo. Estamos en esa discusión. A veces las identidades que construimos son tan fuertes que un cambio de nombre no es sólo eso, sino que expresa muchas discusiones que se vienen produciendo al calor de las luchas.
Revista completa:
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