Psicopolítica de la vida cotidiana: la izquierda, su opción por la complejidad y el análisis de Gabriel Rodríguez Varela
David Pavón-Cuéllar
Comentario sobre el libro Psicopolítica de la vida cotidiana: apuntes militantes en tiempos de neofascismos de Gabriel Rodríguez Varela, el 30 de noviembre de 2023, en el marco de la presentación virtual del Observatorio Silvia Berman de Psicopolítica y Salud Mental Popular del Instituto Plebeyo Generosa Frattasi, en Buenos Aires, Argentina
Si la derecha y la ultraderecha tienen tanto éxito, es en parte por su extrema simplicidad. Lo simple es un valor derechista y ultraderechista. Lo es en sí mismo y en sus declinaciones, como lo uno, lo unido y unitario, lo uniforme y homogéneo, lo puro, lo idéntico a sí mismo, lo monolítico y monológico, lo redundante y repetitivo, lo totalizado y totalitario, lo unidimensional y superficial.
La derecha y especialmente la ultraderecha suelen preferir lo simple que lo complejo. Es por ello que tienden a elegir el poder en lugar del saber, la posverdad en lugar de la verdad, la consigna en lugar del argumento, la descalificación en lugar del cuestionamiento, las mercancías en lugar de las personas, lo muerto en lugar de lo vivo, la contabilidad del capital en lugar del embrollo de la cultura, las cifras en lugar de las palabras, las desigualdades en lugar de las diferencias. Todas estas elecciones de la derecha y la ultraderecha son opciones por lo fácil en lugar de lo difícil, por lo simple en lugar de lo complejo.
Al contrario de la derecha y especialmente la ultraderecha, la izquierda es una opción por la complejidad y la dificultad en todas sus formas: la diferencia en la igualdad, la pluralidad y la diversidad, la tolerancia y la democracia, el argumento y la palabra, la discusión y la reflexión, la crítica y la autocrítica, la tensión y la contradicción, la vida y la cultura. Es verdad que estos valores pueden ser abandonados por la izquierda, pero es porque la izquierda claudica, se corrompe, se traiciona y se derechiza, como ha sucedido lo mismo en el totalitarismo estalinista que en la socialdemocracia europea y en algunas izquierdas populistas latinoamericanas. Es muy fácil que cedamos a esta derechización precisamente por lo difícil que resulta ser de izquierda, por la dificultad y complejidad inherentes a las opciones de la izquierda y especialmente de la izquierda radical.
Además de ser difícil de sostener, la complejidad constitutiva de la izquierda es poco práctica, ineficaz, incluso perjudicial en el nivel estratégico, teniendo efectos desastrosos en la relación de fuerzas con la derecha. Mientras que la simplicidad propia de la derecha le permite mantenerse unida y ser ágil y rápida en sus movimientos, las complicaciones de la izquierda entorpecen inútilmente sus movimientos y la hacen tropezar una y otra vez consigo misma, dividiéndola y haciéndola oponerse a sí misma. Estas divisiones y oposiciones internas de la izquierda tienen un alto costo para ella, pero son efectos y signos de algo distintivo de ella que debería enorgullecerla, como es el caso de su asimilación de lo diverso, lo contradictorio y lo complejo de la cultura humana.
Uno de los mayores desafíos estratégicos de la izquierda es y ha sido siempre mantenerse fiel a sí misma sin destruirse a causa de esta misma fidelidad. La supervivencia de la izquierda consecuente, la fiel consigo misma, ya es un triunfo que tendríamos que celebrar día tras día, un triunfo que ha sido conseguido con grandes esfuerzos como aquellos de los que guardamos testimonios escritos como la Crítica al Programa de Gotha de Marx, el Qué hacer de Lenin y los textos polémicos de Rosa Luxemburgo y de otros protagonistas de la Segunda Internacional. De lo que aquí se trata, entre otros muchos temas, es la cuestión fundamental de una izquierda que pueda mantenerse fiel a sí misma sin que su fidelidad termine destruyéndola. Esta cuestión dio lugar a reflexiones y discusiones apasionantes sobre la estrategia revolucionaria en el nivel macropolítico social e histórico en un marco nacional e internacional, pero también en el nivel micropolítico y biopolítico institucional, organizacional y relacional, e incluso en el nivel que podemos llamar “psicopolítico”, el de las configuraciones y disposiciones conscientes e inconscientes de los militantes y sus enemigos, unos y otros con sus rasgos de personalidad y con sus temores, angustias, inhibiciones, autoengaños, fantasías, aspiraciones, ambiciones, deseos y pulsiones.
En el nivel psicopolítico, los grandes líderes del movimiento socialista y comunista llegaron muy lejos, mucho más lejos de lo que suele imaginarse, infinitamente más lejos que los actuales psicólogos políticos liberales con sus obviedades y banalidades, pero no siempre tan lejos como quienes han abordado la estrategia de la izquierda en la confluencia del marxismo con el psicoanálisis, como la soviética Vera Schmidt, los austriacos o alemanes Paul Federn, Wilhelm Reich, Erich Fromm y Herbert Marcuse, el húngaro Atila Josef, el checo Zavis Kalandra, los franceses André Breton, René Crevel y Jean Audard, el italiano Félix Guattari y les argentines Marie Langer y León Rozitchner y muchos otros, entre los que tal vez debiéramos incluir a Louis Althusser. La tradición marxista freudiana de propuestas estratégicas psicopolíticas ya tiene una larga historia cuyo último eslabón es el formidable trabajo de Gabriel Rodríguez Varela titulado Psicopolítica de la vida cotidiana: apuntes militantes en tiempos de neofascismos.
El trabajo de Rodríguez Varela se presenta de modo explícito como heredero de aquello que lo precede, particularmente de los aportes y posicionamientos de Reich, Guattari, la brasileña Suely Rolnik y les argentines Langer, Sylvia Bermann, Rozitchner y Omar Acha. El fuerte componente latinoamericano y especialmente argentino de estas referencias es algo que debe celebrarse. Es también algo consonante con la sensibilidad de Rodríguez Varela ante la situación tan particular de Latinoamérica en la dinámica geopolítica del mundo caracterizada por el imperialismo, el neocolonialismo y la actual rivalidad civilizatoria entre Estados Unidos y la potencia emergente que es la República Popular China.
Rodríguez Varela se interesa en la dinámica geopolítica porque sabe muy bien que el neofascismo que tanto le preocupa resulta incomprensible si no se considera el ascenso de China y las reacciones que provoca. Rodríguez Varela también se interesa en estos asuntos internacionales y los examina minuciosamente porque, por más psicólogo, psicoanalista y esquizoanalista que sea, es consciente de que no puede simplemente desentenderse de lo macropolítico para concentrarse en lo micropolítico, lo psicopolítico y aquello que denomina lo “nanopolítico”. Esta conciencia, explicable por su orientación marxista, lo distingue de la mayoría de los psicoanalistas que ignoran cómo abordar lo político sin psicologizarlo y así neutralizarlo al despolitizarlo. No es el caso de Rodríguez Varela, quien descarta esa forma de proceder, la impugna de modo explícito y dedica varias páginas al examen crítico del nivel macropolítico.
Articulando los diferentes niveles de lo político, Rodríguez Varela no se muestra sensible únicamente ante el imperialismo y el neocolonialismo, sino también ante el racialismo, el machismo, la heteronormatividad y el cis-sexismo en una perspectiva que se presenta en cierto momento como interseccional. Sin embargo, aunque las diversas dimensiones de opresión aparezcan acá o allá, el centro de atención está puesto en los neofascismos y especialmente en el capitalismo que subyace a ellos. Este capitalismo no es olvidado ni soslayado ni subestimado, sino que está siempre ahí, desplegando su materialidad en las cuatro dimensiones sociales estratificadas que Rodríguez Varela distingue: la macropolítica, la micropolítica, la psicopolítica y la nanopolítica. Desplazándose de la primera a la última, Rodríguez Varela nos hace atravesar varios estratos en los que el capitalismo aparece y opera de formas diferentes: primero como sistema-mundo, como imperialismo, como despojo y acumulación; luego como lógica social, como nexo social, como funcionamiento abstracto de la relación social; después como subjetivación, como experimentación subjetiva en el nivel molar significante, como sujeción, colonización y explotación existencial a través de ciertos equipamientos maquínico-semióticos; finalmente como lo inconsciente de lo anterior, como los vectores inconscientes de la subjetivación, como el teatro de operaciones de lo inconsciente en lo molecular a-significante, como hegemonía molecular, como la nanopolítica libidinal en el nivel del goce del capital.
Sobra decir que los cuatro estratos no son capas separadas e independientes, sino más bien distinciones conceptuales en las mismas operaciones del poder y la dominación capitalista. Quizás el poder y la dominación del capital operen en los dos estratos más altos, pero sólo conseguirán hacerlo porque lo hacen también a través de los estratos más bajos. Estos estratos psicopolítico y nanopolítico son aquellos en los que se concentra Rodríguez Varela al explicar el neofascismo.
Además de explicarse macropolíticamente como una reacción imperialista contra el ascenso de China, el neofascismo se explica nanopolíticamente por los procesos moleculares, inconscientes y libidinales, que hacen posible una reproducción ampliada social de la adhesión a las formas de vida que Rodríguez Varela describe como “existenciario neofascista”. Esta reproducción, en los propios términos de Rodríguez Varela, “se elabora y debate en las dimensiones inconscientes de la subjetivación capitalista”. Es así del capitalismo del que brota el neofascismo, lo que es bastante claro para Rodríguez Varela, quien por ello, siendo congruente con su perspectiva marxista, concibe el neofascismo como una ofensiva del imperialismo, le atribuye una sed de acumulación y lo asocia con el saqueo y la explotación de nuestros territorios.
El capitalismo no deja de estar en el centro de la reflexión de Rodríguez Varela, no sólo cuando aborda sus manifestaciones neofascistas, sino también cuando se lanza críticamente contra sus medios psicotécnicos, psicológicos, psicoterapéuticos e incluso psicoanalíticos. Rodríguez Varela denuncia, en sus propias palabras, la “tecnocrapsia capitalista”, su “gestión psicotécnica burocrática”, la “heterogestión despótica de los saberes psicotécnicos del capitalismo sobre nuestras vidas y territorios” y las psicoterapias psicoanalíticas incluidas en las “disciplinas científicas fundadas en un humanismo burgués abstracto”. Incluso la propuesta de Lacan se presenta como un “psicoanálisis burgués” y entra en complicidad con el capitalismo al no reconocer que el goce del que habla es el goce del capital, el goce las formaciones de poder capitalista, del que ya se ocupaba Rodríguez Varela con Emiliano Exposto en su maravilloso libro titulado precisamente El Goce del Capital: crítica del valor y psicoanálisis, publicado en 2020 por Marat. Si el psicoanálisis lacaniano concibe el goce del capital como el goce en general, es porque deja de ver el capitalismo y su particularidad contingente, porque disuelve el capitalismo en la realidad y en su generalidad, porque lo convierte en la realidad sin alternativas, incurriendo así en lo que Mark Fisher llamaba “realismo capitalista”.
Fisher comprendió bien que es el capitalismo el que se disimula ideológicamente a sí mismo al presentarse como una realidad única, natural, ahistórica, sin alternativas. Esta realidad ideológica, imaginaria, es la realidad capitalista por excelencia, así como el goce a secas del psicoanálisis lacaniano es el goce del capital por excelencia. Es el capitalismo el que ha triunfado al invisibilizarse tanto en su goce como en su realidad y en algo como la jerga de la autenticidad que Theodor Adorno criticó alguna vez en Martin Heidegger. Esta jerga, por lo demás, pueda interpretarse como una justificación ideológica del mismo goce del capital. Es el proceso capitalista, el del vampiro del capital que transforma nuestra vida humana y todo lo vivo en más y más dinero muerto, el que requiere que veamos heideggerianamente la muerte no como el final, sino como origen, sentido y fin o causa teleológica de la vida misma.
Si Heidegger le fue útil a Lacan para concebir el goce como realización de la vida entendida como pulsión de muerte, Marx puede servirnos ahora para historizar ese goce al resignificarlo como acumulación de la materialidad inerte del capital a través de la explotación de la fuerza viva de la humanidad y de la naturaleza. Tal resignificación tan sólo puede ser posible hoy en día gracias a reflexiones como la de Exposto y Rodríguez Varela que se continúa en el último libro del segundo autor. Este libro es valioso, entre muchas otras razones, porque nos permite percibir el rastro del sistema capitalista ahí donde el mismo sistema consigue pasar desapercibido.
Reconociendo el capitalismo y resituándolo en el centro de atención, la perspectiva psicoanalítica y esquizoanalítica de Rodríguez Varela confirma su parentesco marxista por el mismo gesto por el que supera la ceguera que reina en las corrientes dominantes de la psicología, la psicoterapia y el psicoanálisis. Este gesto es el mismo por el que vemos a Rodríguez Varela situarse en el campo de una izquierda radical en la que no deja de reconocerse que el capitalismo sigue siendo el problema fundamental, el meollo del asunto, lo que subyace al neofascismo lo mismo que al neoliberalismo. Sin embargo, a pesar de tal reconocimiento, Rodríguez Varela no se vuelve simplemente contra las izquierdas moderadas, reformistas y populistas, lo que sólo contribuiría a debilitar al dividir la trinchera en la que se posiciona, repitiendo las divisiones de siempre, lo cual sería demasiado tonto, demasiado simple, demasiado fácil para una verdadera opción de izquierda, como la de Rodríguez Varela, en la que se asume decididamente la complejidad y la dificultad, como espero haberlo mostrado al resumir su análisis de los estratos políticos del capitalismo.
Rodríguez Varela se entrega a la difícil tarea de tejer, de articular no solamente los estratos macro, micro, psico y nanopolítico, sino también su posición radical en la izquierda con otras posiciones menos radicales. Es lo que pone de manifiesto, por ejemplo, cuando propone, en sus propios términos, “defender en nuestros territorios ‘la democracia y las instituciones republicanas’, mas no como un fin en sí mismo”. No me permitiré señalar que esta articulación estratégica es perfectamente leninista porque siento que mi señalamiento no sería del gusto de Rodríguez Varela, no pareciéndome alguien muy cercano a nuestro marxismo-leninismo, pero sí diré que tenemos aquí un ejemplo elocuente de la opción de la izquierda por la complejidad y la dificultad a la que me refería en un principio. Esta opción, como nos lo enseña Rodríguez Varela, no debe traducirse necesariamente en divisiones de la izquierda, sino que, por el contrario, puede asegurar su unidad cuando esta unidad es lo más urgente, como lo es ahora contra lo que representan Javier Milei y otros neofascistas a los que no debemos dejar pasar.